En la selva, el carnaval es una fiesta popular que, si bien tiene actividades en las principales calles de la ciudad, es más intenso en los humildes barrios de la periferia. Allí levantan humishas –lo que en la sierra se conoce como yunza– y preparan la gran comilona bailable con mucha cerveza que se prolongará hasta el domingo por la noche.
En las veredas ya están los chicos con globos y baldes cargados de agua esperando a las chicas, y viceversa. Hay quienes incluso compran bolas de barro con pintura, pichohuayo –una frutita con un olor desagradable–, achiote, betún o violeta de genciana para perseguir a sus víctimas.
Cuando no hay agua y pinturas yendo y viniendo, hay mucho baile. Se cantan pandillas, que son canciones movidas y con harta jerga sobre la cotidianeidad. Además se comen juanes, se hacen parrillas, se eligen a las misses del barrio.
De las actividades oficiales resalta la parada que se realizó ayer. Comparsas de cuerpos pintados y carros alegóricos vegetales danzan por las calles escenificando seres mitológicos de la Amazonía y rindiendo homenaje a su naturaleza.
El carnaval se convierte en una batalla colorida. Existe la consigna de que nadie debe sorprenderse cuando los compañeros del trabajo lleguen el lunes con tintura en las uñas, el pelo o la cara. Así son los carnavales. El que se pica pierde.
Autor: RODRIGO RODRICH
Redacción El Comercio
Fuente: elcomercio.pe
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